Sólo quería comentaros que no es una historia real, todo es ficción. Dejad un comentario con vuestra opinión, muchas gracias:)
-¡No aguanto más!
Ya. Su paciencia había acabado. Y conforme hablaba, me iba hundiendo en mi orgullo. Mi padre, otra discusión, otra batalla en nuestra guerra particular.
Ser adolescente es complicado. Hay quién dice que los adolescentes somos gilipollas, y quizás no le falte razón, pero me niego a verlo así. Y mi padre piensa que lo soy. Cree que no sirvo para nada, que soy un estorbo bajo el techo de una casa que él ha conseguido con su esfuerzo.
Y quizás lo soy. ¿Quién sabe? Un estorbo que nadie quiere consigo. Eso es. Soy un estorbo, un inútil. ¿Y qué se hace con los estorbos? Se quitan de en medio.
-¡Y mientras sigas entre estas paredes harás lo que yo te diga! ¡¿Te enteras niño?!
Hoy la excusa para pelearnos ha sido mis estudios. Él quiere que haga una ingeniería, de estas que dan dinero, o medicina. Quiere sentirse orgulloso. Pero yo no. Yo quiero escribir.
Cuando se lo dije por primera vez le pareció un chiste. Dijo que no dejaría que su hijo fuese otra de esas ratas que pasan la vida delante de un folio mintiendo y ganando -si es que ganan- un sueldo mísero. Y yo le respondí tajante que me daba igual decepcionarle.
-¿¡A que me voy!? ¿¡A que cojo la puerta y me voy de tu casa!?
Él dijo que entonces no sería su hijo. Que alguien con su sangre no sería un fracasado. ¿Es posible que un padre reniegue de su propia carne? ¿Es posible que mi propio padre reniegue de mí? Sólo sé que no me quedaré en casa para comprobarlo.
-¡Pues vete! Pero ni se te ocurra volver.
Subí las escaleras que llevaban hasta mi cuarto. Dieciséis años vividos y tantas noches pasadas allí. Tanto pasado en una misma habitación daba vértigo.
Cogí mi mochila, mi cartera, la puerta y salí a la calle. Mientras, él observaba cómo me alejaba desde el humbral de lo que siempre había considerado mi hogar.
Y al andar diez minutos, la mochila empezó a pesarme. Los pies se llenaban de polvo a cada paso y mis gafas estaban sucias, daba igual lo mucho que las limpiase.
-¿Nubes? ¿Pero qué coño...? ¡Si hacía calor!
Y es que el día estaba gris. A lo mejor era impresión mía, pero todo estaba cambiando.
¿Era miedo esa sensación que me oprimía el pecho? No había tenido nunca tanto pánico, y creo que era porque no sabía qué sentía.
Los coches no hacían ruido. ¿Por qué? Todo estaba en silencio. Y me dolía la cabeza. Y el alma. Me dolía todo el cuerpo.
Cuando se está solo todo es distinto. Cuando se sabe que no se tiene a nadie que nos ayude a levantarnos, las alturas dan miedo.
Al poco tiempo se me encendió el cerebro, que parecía apagado. ¿Adónde iba yo ahora? Yo mismo me respondí. A ningún lado. Y es que mientras gritaba a mi padre, creía que no le necesitaba. Y luego, cuando andaba por las calles, solo, sabía que sin mi padre no era nadie. Supongo que todo cambia dependiendo del punto de vista. Y hay errores que hacen que la perspectiva final sea la peor de las opciones.
Alejandro Berraquero, a 13 de Agosto de 2013