Cada vez que te veo con la mirada perdida recuerdo
todo lo que hemos pasado juntos. Todos los consejos que me has dado para ser
mejor persona. Tantas y tantas horas que ha ido matando el tiempo.
Desde que me tuviste por primera vez en tus brazos
hasta que tuviste consciencia de que era tu hijo estuviste a mi lado. Aunque
nunca te haya dado motivos para que estuvieses orgulloso de mí, aunque en más
de una ocasión he fracasado, tú has estado ahí apoyándome. Creyendo en mí.
Yo recuerdo con nitidez una vez en concreto en la
que me demostraste que aunque el mundo me diese la espalda tú nunca me la
darías. Y es que yo, el pobre idiota que escribe estas palabras, he estado
acusado de asesinato. Acusado de levantar un arma y disparar a una mujer
inocente. Acusado de matar a alguien, de loco. Y por mucho que yo lo
negase, la acusación estaba ahí. Tú también estuviste ahí para creerme.
Y estuve en la cárcel. Cinco largos años privado de
libertad por un delito que no cometí. Impusieron en mi consciencia el cadáver
de una mujer a la que nunca mataría y que si pudiese, resucitaría. Porque yo la
quería. Pero eso es otra historia...
¿Sabes qué se siente? Los que decían que me
entendían no tenían ni puta idea. No podían ni imaginarse la rabia, la
frustración, la desesperación y la impotencia que se siente. Puedes gritar,
puedes llorar, puedes amenazar... Pero no sirve de nada.
Me habría vuelto loco de no ser por ti y tu apoyo
incondicional. Tus llamadas y tus visitas cada semana contándome que el mundo
era aún más bonito cada día y que estaba ahí, esperándome afuera.
Si hubiese podido volver atrás, habría salido a
correr entre la hierba, habría ido al campo, a la playa, habría subido al pico
más alto que viesen mis ojos y habría hecho los viajes más largos que pudiese.
Pero no pude volver atrás.
A los cinco años, tres meses y once días se
demostró mi inocencia.
Y el día que volví a sentirme libre tú fuiste el
que estuvo compartiendo conmigo un abrazo. Ese abrazo que llevaba tanto tiempo
deseando dar. Un abrazo que era felicidad en estado puro.
¿No te acuerdas, papá?
Yo intento devolverte todo lo que hiciste por mí.
Cada día de mi vida, y más aún desde que te diagnosticaron la enfermedad.
Fue hace unos años, cuando empecé a notar tus
cambios de humor, tu agresividad... Pero no fue hasta que me preguntaste por
mamá que no me quedó claro que algo te pasaba.
Estábamos en el salón. Yo acababa de escribir un
capítulo nuevo y tú lo leías con una sonrisa en la boca. Como siempre, te
encantaba.
Y cuando acabaste y alzaste la mirada del texto me
dijiste:
-¿Por qué no se lo enseñas a tu madre? Seguro que
le encanta.
Fueron esas palabras, exactamente esas palabras.
Suenan en mi cabeza como si las acabase de escuchar. "¿Por qué no se lo
enseñas a tu madre?". "Seguro que le encanta".
Esa frase solo tiene una interpretación. No te
acordaste de que el crimen por el que se me encerró en la cárcel y que en
realidad nunca cometí fue el asesinato de tu esposa. De mi madre.
Al día siguiente fuimos al médico. Y otra vez la
vida se reía de mí y de ti recordándonos lo injusta que es. Las pruebas
demostraban que padecías Alzheimer.
He pasado miedo papá. Mucho miedo. He sentido que
cada minuto que pasa te he ido perdiendo. Que te he ido perdiendo a manos de
una de las peores enfermedades que existen.
El Alzheimer mata. Pero mata la memoria. La mente.
Lo que nos hace ser nosotros mismos.
En otras palabras, tu cuerpo sigue ahí, tus
pulmones respirando, tu corazón bombeando, pero tú eres sustituido por otro.
Por una versión tuya cruel. Violenta. Inhumana.
En otras palabras: Mueres pero tus seres queridos
te siguen viendo día a día, contemplando lo que queda de ti con la mirada
perdida. Con la misma mirada que tienes ahora.
Sé que no eres consciente de todo lo que me has
dicho a causa del avance de la enfermedad. Sé que no sentías las palabras que
salían de tu boca. Pero aun así dolían.
Pero el verdadero golpe de efecto del Alzheimer es
el olvido. Todos tus recuerdos van muriendo con el paso de las semanas sin que
puedas hacer nada, sin que ni siquiera seas consciente de ello.
Y no hay nada peor en este mundo que verte
reflejado en las pupilas de tu padre y no ver ni el más mínimo reconocimiento
en ellas. Verlas vacías, sin vida.
Y no hay cura. Sé que morirás sin reconocerme, sin
acordarte de mí.
Sé que mientras te leo estas letras, para ti todo
suena ajeno, suena sin sentido. Sé que en una hora no te acordarás de esta
desesperación que me parte el alma en dos.
Papá, soy tu hijo. ¿No te acuerdas?
Alejandro Berraquero, a 23 de Noviembre de 2013.
Genial, sigue así y llegarás lejos.
ResponderEliminarGracias tío!:D
EliminarNo sé que decir. Llevo un rato pensándolo, y nada parece apropiado. Gracias por escribir esto. Tienes una bonita manera de expresarte, no la derroches ni abandones. Espero leer muchas más entradas tuyas, igual de buenas que esta o incluso mejores.
ResponderEliminarJoder, muchas gracias. Cosas como estas me motivan a seguir escribiendo. Creo que las tengo, el blog está plagado de ellas.
EliminarUna vez más. muchas gracias:)
¡Hola!
ResponderEliminarMe has dejado sin palabras... en serio. ¿Te ha pasado esto a ti? Porque si me llega a pasar a mí, no sabría cómo expresarlo ni nada...
Te leeré más.
Besitos <3
Es un blog literario, tengo 16 años, obviamente no son hechos reales xD
EliminarUn saludo
Hola Alejandro. He hecho lo que me has pedido y me han gustado mucho tus relatos. Sigue así, llegarás a ser un buen escritor. Sólo un consejo: vigila la prosa, sobre todo las repeticiones y las cacofonías. Para detectarlas, lo mejor es corregir el texto leyéndolo en voz alta. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, César. Que un escritor de tu nivel diga que le gustan mucho mis relatos me motiva a seguir escribiendo.
EliminarSeguiré tu consejo, un abrazo.
Joder, sin palabras. Desde la primera línea hasta la última he sentido intriga, me ha encantada... quiero ver más de esto, me encanta. Pásate.
ResponderEliminar